viernes, 25 de octubre de 2013

Mitos y realidades del trastorno por déficit de atención

Todos los niños son diferentes y se desarrollan a diferentes ritmos, así que resulta común que los padres se pregunten si sus hijos se ubican en un rango aceptable de aprendizaje y si sus habilidades sociales y afectivas son acordes con su crecimiento.
En el terreno del aprendizaje escolarizado, que es donde el niño se enfrenta a un sistema que mide su rendimiento, es más probable que cualquier desajuste se haga manifiesto ¿pero cómo saber si merece una atención especial?
Los maestros y los padres son los primeros en darse cuenta de que el niño no va al mismo ritmo que sus compañeros, o que se comporta de una forma diferente a ellos, pero muchas veces la angustia que se genera alrededor lleva a formular diagnósticos y tratamientos apresurados que sólo un especialista debiera hacer. Una de las etiquetas favoritas impuestas arbitrariamente a los niños es el llamado Trastorno por Déficit de Atención, solo o combinado con Hiperactividad.
Esto puede ser tan dañino como ignorar las dificultades de un niño con verdaderos problemas, los cuales llegan a tener un impacto mucho más profundo de lo esperado y prolongarse hasta la edad adulta.
El trastorno conductual que caracteriza al TDA generalmente se manifiesta de la siguiente manera:

Presenta deficiencias en la producción de neurotransmisores.

Manifiesta ansiedad (se muerde las uñas), rabietas prolongadas, trastornos de aprendizaje.

Problemas infecciosos que se repiten (asma).

Problemas de atención y concentración.

Dificultad de inicio, mantenimiento y seguimiento de instrucciones.

Cambia de actividad con facilidad (tiene problemas para jerarquizar cuál es la actividad que debe continuar, finalizar o ignorar).

Parecen no escuchar a los padres.

El TDA puede o no ir acompañado de hiperactividad.

El niño se mueve mucho (se levantan de la banca para interrumpir a sus maestros o compañeros).

Tiene rasgos de impulsividad (interrumpe o participa en las conversaciones de los adultos), inicia peleas, no mide el peligro o sus consecuencias.

Estos rasgos pueden ser una llamada de alerta para que los papás o los maestros busquen un diagnóstico profesional.

Hay otras dos ideas que nacen de la ignorancia, pero que son plenamente aceptadas: por un lado se etiqueta a los niños de “burros”, “perezosos” o “rebeldes”, por otro lado, los padres son señalados por no educar bien a sus hijos. Ninguna de estas “creencias” ayudan al niño.

En México, se estima que el trastorno por déficit de atención (TDA) en sus diversas modalidades, afecta al 5 o 6 por ciento de la población entre los 6 y 16 años de edad (Hospital Psiquiátrico Infantil Juan N. Navarro).

El TDA persiste en la vida adulta del 60% de los casos diagnosticados.

Existen aproximadamente 1 millón 600 mil niños mexicanos con TDA y se calcula que sólo el 8 por ciento está diagnosticado y tratado.

En la última década, en México se ha incrementado en 31 por ciento el diagnóstico del trastorno por déficit de atención.

Todos los protocolos de tratamiento del TDA oficialmente avalados incluyen la administración de fármacos sin excepción.

La Ley General de Educación incluyó en 2009 una reforma que busca evitar la discriminación que sufre el alumno una vez que es etiquetado con TDAH, y prohíbe condicionar a los padres para que mediquen a sus hijos con TDAH y a los docentes, administrar medicamentos que contengan sustancias psicotrópicas o estupefacientes sin previa prescripción médica. Artículos 75 (fracciones XIII y XIV) y 76 (fracción III).

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